Estados Unidos, (Agencias), Estrangular
antes que disparar. Donald Trump elevó ayer como nunca antes la presión contra
Corea del Norte. En un intento de frenar su vertiginoso programa nuclear y
balístico, ordenó sancionar a cualquier empresa o particular que comercie con
Pyongyang. El golpe afecta directamente a China, que, según Trump, estaba
avisada e incluso ha tomado sus propias medidas: “El Banco Central de China ha
ordenado a los otros bancos que dejen de hacer negocios con Pyongyang”.
Trump dio un
nuevo acelerón. Si el martes amenazó con la “destrucción total” del régimen de
Kim Jong-un, ayer llevó los mecanismos de presión económica hasta sus extremos.
Prohibió la entrada en EEUU durante 180 días de los barcos y aviones que hayan
visitado Corea del Norte y ordenó un régimen de sanciones que, en caso de ser
aceptado por China, supone un estrangulamiento de facto de Pyongyang.
Imprevisible
y explosivo. El Líder Supremo. Kim Jong-un respondió anoche como un relámpago a
las sanciones. No sólo amenazó “con las mayores y más duras represalias de la
historia”, sino que consideró sus palabras la “mayor declaración de guerra”.
“Con seguridad voy a domar con fuego al desequilibrado y viejo chocho
americano. Su intervención lejos de asustarme, me ha convencido de que el
camino que elegí es el correcto y que lo tengo que llevar hasta el final”,
afirmó.
“El
desarrollo armamentístico y balístico de Corea del Norte es una grave amenaza
contra la paz y la seguridad de nuestro mundo. Es inaceptable que se dé apoyo
financiero a este régimen criminal que no respeta a sus propios ciudadanos ni
la soberanía de otras naciones. Por eso, una orden ejecutiva cortará las
fuentes de financiación del esfuerzo armamentístico de Corea del Norte. Y el
secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, podrá apuntar a cualquier entidad que
facilite transacciones comerciales con dicho país”, afirmó Trump poco antes de
su reunión en Nueva York con el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, y el
primer ministro japonés, Shinzo Abe.
El tiránico
líder supremo, Kim Jong-un, está viendo desplegarse ante sus ojos la ingeniería
punitiva de Washington. Demagógico y amenazante, cada paso suyo recibe una
respuesta más contundente. Tras probar a principios de mes una bomba de
hidrógeno de 250 kilotones, el Consejo de Seguridad de la ONU le aplicó una
nueva ronda de sanciones. Y al posterior ensayo de un misil que sobrevoló
territorio japonés, le siguió la amenaza directa de EE UU de que su pulso podía
acabar en un conflicto armado.
“No se puede
aceptar que esta banda criminal se arme con misiles nucleares. Tenemos una gran
paciencia pero si nos vemos obligados a defendernos a nosotros o a nuestros
aliados, no tendremos otra opción que destruir totalmente a Corea del Norte. Ya
es hora de que se dé cuenta de que la desnuclearización es su único futuro. El
hombre cohete está en misión suicida consigo mismo”, clamó el mandatario el
martes ante la Asamblea de la ONU.
Fue un discurso
beligerante, que mostró a un Trump fiel a sus esencias radicales y que marcaba
con claridad el camino a seguir por su Administración contra Pyongyang:
castigos económicos cada vez más duros, pero también amenazas de aniquilación.
Esta
respuesta militar, según los expertos, es lejana e improbable. Pero ha entrado
en la narrativa oficial con un objetivo definido. Tanto el presidente como el
generalato ven en este recurso un arma de doble filo: trazar un límite claro a
Pyongyang y propulsar la vía diplomática.
El resultado
de la combinación es una incógnita. El Departamento de Estado confía en que el
estrangulamiento comercial, apoyado por la UE, derive en una solución similar a
la que se logró con Irán. Pero también teme que los efectos de las sanciones no
sean lo suficientemente rápidos como para impedir que Pyongyang, que tras ocho
rondas punitivas de la ONU no ha frenado su carrera armamentística, complete su
objetivo de disponer de un misil nuclear intercontinental. Esta posibilidad
alimenta el mayor de los temores: que el pulso se extreme y derive en una
intervención militar, aunque sea quirúrgica. “Queremos ser responsables y
agotar todas las vías diplomáticas. Tenemos el apoyo de Rusia y China. Pero si
esto no funciona, el jefe del Pentágono, el general Jim Mattis, se hará cargo
del asunto”, alertó la embajadora estadounidense ante la ONU, Nikki Haley.
Este último
escenario es rechazado de plano por Rusia y China. “La negociación es el único
camino para superar la crisis”, dijo ayer el representante chino en la ONU”.
“La histeria militar puede conducir a la catástrofe”, alertó el ruso. Ninguno,
sin embargo, condenó las sanciones económica.
Con informacion de: El País
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